Naces. Creces. Cambias. Sigues igual. Te entiendes más. Te entiendes menos. Naces de nuevo. Mueres un poco. Te quejas. Sangras. Tienes éxito. Fracasas. Aciertas. Te equivocas. Confías. Sigues confiando. Te arrepientes. No confías. Despiertas. Te duermes. Quitas el saludo. Haces cola. Tienes prejuicios. Te desdices.
Abrazas. Besas. Concuerdas. Discrepas. Entiendes por fin. Flojeas. Gritas. Hieres. Impresionas, hasta a ti mismo. Juzgas. Lees. Miras. Ninguneas. Obedeces. Persuades. Quieres. Recuerdas. Sueñas. Temes. Ultimas detalles. Verificas de nuevo. Yaces cual Zángano.
Si, como yo, has caído en muchas o todas estas categorías, puedo pensar que vives y que, tal vez, me conoces un poco. Ayer no te di el asiento en el metro. Anteayer te di la hora y te dije "hasta luego" aún sin tener idea quién eras. Hace 2 semanas casi me botas la bandeja de almuerzo. Quiero creer que, en muchos aspectos, eres como yo. Entonces quizás tengas una historia, algo que contar, algo que mostrar, algo que compartir. Quizás no se te ocurra ahora, pero está ahí. Y a veces te encuentras escribiéndola en tu cabeza y te sorprendes, ¿te das cuenta?
Quizás hay 2 cosas que debes aceptar antes que nada, y te darás cuenta de que si lo piensas un rato, no son tan incompatibles como parecen. La primera es, que es falso que te conozcamos y te comprendamos. La segunda es, que es falso que no te conocemos ni te comprendemos. Quizá no seas Robert Paulson, pero podrías saber cómo se sintió. No eres para nada como yo pero sueles actuar como yo lo haría. Eres único/a pero no somos tan distintos. Entiendo cómo piensas y cómo decides pero nunca podría decidir por ti a menos que tú expresamente lo exijas así.
No seas un número. Tampoco seas un bit. Entiéndete como una parte fundamental de nosotros. Entiende que somos parte fundamental de ti. El juego recién empieza...
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LA LEYENDA DEL ESPEJO
Cuenta esta leyenda que hace muchísimos años, en épocas que la memoria no alcanza a recordar, en una época en que aún no se conocían los espejos, todos tenían un doble de sí que habitaba pacíficamente este mundo y que no interfería en absoluto en la vida de los hombres, al punto que nadie jamás se cruzaba con su doble, porque así eran las cosas y no se sabía por qué ley no escrita, ni dictada por quién, estaba prohibido transitar por los mismos lugares.
Pero la ambición de aquellos oscuros personajes pudo más y quisieron ser únicos, apoderarse del mundo conocido y someter a sus hermanos en la imagen. Se desataron cruentas y crueles batallas; una guerra de nunca acabar en la que las bajas de uno y otro bando ya nadie sabía contar. Como reza un viejo adagio: una guerra no es tal hasta que un hermano no mata a su hermano.
De un lejano monasterio enclavado en las montañas comenzaron a escucharse unos cánticos que pronto fueron inundación, lo invadieron todo, ocuparon cada rincón del mundo y cercaron a los dobles, los inmovilizaron, les dieron caza hasta encerrarlos en unos luminosos objetos que aquellos monjes habían recibido de la mano de no se sabe qué divinidad, ni qué precio habían pagado.
Finalmente la victoria fue alcanzada. Se ganó la guerra y nuestros hermanos fueron encerrados en los espejos y condenados por la eternidad a repetir cada uno de nuestros movimientos y sólo a gozar de cierta libertad cuando nosotros nos alejamos considerablemente de los luminosos artefactos.
Hay quienes dicen que tal condena eterna es solamente una quimera, que no podrá durar, que de hecho, no ha durado. Que la guerra ha comenzado lentamente, que ya se pueden ver pequeños indicios del comienzo de la rebelión, pequeños indicios en una mano que no acompaña el movimiento de una mano que se movió, en un giro que no es acompañado desde el otro que habita en el espejo, en una mirada que se dirige hacia otro punto, quizá donde se están congregando las huestes, prontas para atacar. Pequeñas señales de que la guerra ya ha comenzado.
Pero, aún más. Algunos sabios afirman y lo comentan en voz muy baja, que nunca hemos ganado ninguna guerra, que eso es sólo una ilusión que nos hacen creer nuestros oscuros hermanos y que en verdad somos nosotros quienes vivimos presos en un espejo, condenados por la eternidad a repetir los movimientos, los gestos y las miradas de los oscuros, que hace mucho tiempo, tanto que la memoria no alcanza a medir, ganaron su guerra y nos dejaron aquí, presos, con la sola rebeldía de unas pocas palabras que nos podrán permitir, algún día, quizás, empezar por no mover una mano, no acompañar un giro, no obedecer a una mirada.
jueves, 4 de septiembre de 2008
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